Nada en demasía
Un día llegó al monasterio un médico desde Pekín para que el Maestro lo aceptara como discípulo. El Abad lo acompañó hasta la cancela que conduje a las chozas y Sergei lo recibió, le sirvió un té especiado, y fue a informar al anciano.
– Honorable señor – dijo al doctor -, el Maestro me ha dado una lista de preguntas para que tengáis la amabilidad de responderlas por escrito, de acuerdo con vuestros conocimientos.
El joven médico las contestó con gran esmero y facilidad, y las entregó al asistente que regresó al cabo de una hora con la respuesta:
– Ilustre señor, dice el Maestro que has demostrado gran conocimiento y erudición. Por ese motivo, te aceptará dentro de un año.
Un poco decepcionado, aunque halagado, respondió a Sergei:
– Pues si he respondido correctamente a todas las preguntas y me dice que regrese dentro de un año, ¿qué habría sucedido si no las hubiera sabido?
– Te habría aceptado al momento – le respondió con dulzura Sergei -, el mensaje parece decir que necesitas, al menos, un año para desaprender los conocimientos inútiles.
– ¿Desaprender?
– Como cuando emprendemos un viaje con la maleta llena de cosas imprescindiblemente inútiles.
– Sí – respondió con humildad el médico -, lo imprescindible pesa mucho.
– Pero, honorable príncipe, refréscate un poco mientras te preparo algo de comer para el camino.
– Gracias, noble joven, pero he traído pertrechos en mi coche. Regresaré el año próximo – le respondió con una amplia sonrisa y un brillo especial en los ojos.
– El Cielo te guíe, señor – le dijo Sergei mientras se inclinaba con pena en su corazón.