Una de las marcas del pueblo brasileño bien analizada por el antropólogo Roberto da Matta, es su capacidad de relacionarse con todo el mundo, de sumar, juntar, sincretizar y sintetizar. Por eso, en general, no es intolerante ni dogmático. Le gusta acoger bien a los extranjeros.
Estos valores son fundamentales para una globalización de rostro humano. Estamos mostrando que es posible y la estamos construyendo. Infelizmente, en los últimos años ha surgido, en contra de nuestra tradición, una oleada de odio, discriminación, fanatismo, homofobia y desprecio a los pobres (el lado sombrío de la cordialidad, según Buarque de Holanda), que nos muestran que somos, como todos los humanos, sapiens y demens, y ahora más demens. Pero eso seguramente pasará y predominará la convivencia más tolerante y apreciadora de las diferencias.
Brasil es la mayor nación neolatina del mundo. Tenemos todo para ser también la mayor civilización de los trópicos, no imperial, sino solidaria con todas las naciones, porque incorporó en sí a representantes de 60 pueblos diferentes que vinieron aquí. Nuestro desafío es mostrar que Brasil puede ser, de hecho, una pequeña anticipación simbólica de que todo es rescatable: la humanidad unida, una y diversa, sentados a la mesa en una comensalidad fraterna, disfrutando de los buenos frutos de nuestra bonísima, grande, generosa Madre Tierra, nuestra Casa Común.
¿Es un sueño? Sí, el sueño bueno, el sueño necesario.
Leo Boff